Aunque nos empeñemos en ocultarla y silenciarla, la muerte está constantemente presente en nuestras vidas, en los sitios más consabidos, como los hospitales o durante una macabra reunión de ouija, pero también conduciendo por cualquier carretera solitaria, sentados en un avión con destino a unas vacaciones exóticas, contando los beneficios depositados en una caja de caudales o simplemente contemplando a los transeúntes desde la terraza de una céntrica terraza cualquiera. Y aunque la mayoría la consideremos el punto final de todo, la muerte tiene una idea muy distinta sobre sí misma, y nos ronda, se anuncia, se divierte mandándonos premoniciones, se instala entre nosotros para vengarse de quien se lo merece o para que los vivos salden cuentas entre ellos. Y también, en algunas ocasiones, nos conmueve al mostrarnos que hay algo más allá, y se convierte en una insospechada portadora de esperanza y consuelo.
Puede que le demos la espalda, pero la muerte está bien viva y se encuentra aquí mismo, entre nosotros. Sólo hace falta echar una mirada adecuada para verla en toda su plenitud, una mirada como la que atraviesa estos relatos, sobrecogedores y eléctricos, perturbadores y cotidianos, que, aunque transcurran en las calles y edificios de nuestros días tienen como protagonista principal a la más antigua e inseparable acompañante de la humanidad: la dama de negro de la que nadie puede escapar.
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